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La Valencia de Blasco Ibáñez.

Valencia ha dado al mundo un buen ramillete de grandes artistas. Uno de ellos, sin duda, el escritor Vicente Blasco Ibáñez. Quien retrató en sus novelas al pueblo valenciano de principios del siglo XX. Los campesinos, los pescadores. Algunos rastros de sus libros aún se pueden contemplar recorriendo los alrededores de la capital valenciana.

Blasco Ibáñez fue, junto a Emilia Pardo Bazán, los máximos exponentes en nuestro país del naturalismo. Una variante literaria del realismo que se dedicaba a reflejar la realidad en obras de ficción con un rigor propio del documental. La obra del escritor retrata al pueblo llano valenciano de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, pero, sobre todo, fue capaz de reflejar el espíritu y la forma de ser de los valencianos.

Los valencianos son un pueblo pegado a la tierra. Han sido capaces de moldear el entorno natural para obtener de él todo aquello que necesitan para vivir. Se aprecia en la huerta valenciana, en los campos de naranjos, en los arrozales. Un trabajo del que se sienten orgullosos, hasta el punto de bordear peligrosamente el chovinismo. Tanto es así, que han convertido la Paella, un arroz con pollo y verduras de la huerta, en toda una institución. Para ellos, es el plato perfecto. Una comida que solo se puede hacer, cumpliendo los cánones de calidad, en tierras valencianas.

Los valencianos son también un pueblo trabajador y festivo. Capaz de sacrificarse por sacar un proyecto adelante y fundirse los frutos de su trabajo en una noche de fiesta. Espíritu que se refleja a la perfección en las fallas de Valencia.

Durante todo un año, los artistas falleros trabajan duramente para elaborar los monumentos de cartón piedra que se exhibirán en las esquinas de Valencia durante la semana de San José. Durante un año completo, los casales falleros, formados por vecinos, pasan el tiempo organizando el evento y recaudando dinero para que esa semana se disfrute por todo lo alto. En una sola noche, la noche de la “Cremá”, se prende fuego a todo. Al día siguiente todo empieza desde cero. Tan pobres como hace un año, pero cargados de ilusión.

Vicente Blasco Ibáñez.

La primera etapa como escritor de Blasco Ibáñez está marcada por novelas de corte naturalista. Por “Entre naranjos”, “Cañas y barro” y “La barraca”. Novelas, sobre todo estas dos últimas, de las que hablaremos más adelante.

Pero, ante todo, Blasco Ibáñez fue todo un personaje en vida. Protagonista de un ciclo vital intenso que bien podría dar lugar a un libro de aventuras o a una saga de libros. Cuenta la revista National Geographic que fue el cronista rebelde que dio la vuelta al mundo.

De entrada, Don Vicente fue un hombre comprometido con su época. Ya, a principios del siglo XX, el escritor era un republicano convencido. Pensaba que el reinado de Alfonso XIII era un lastre que impedía el desarrollo económico del país. Un atraso que se dedicaba a denunciar en sus novelas y en el periódico “El Pueblo”. Rotativo que fundó y que él mismo dirigía desde Valencia.

Justamente, por sus opiniones políticas, fue encarcelado en varias ocasiones y enviado al exilio por el General Primo de Rivera. Debido a que su nombre estaba repudiado por las autoridades y a que encontraba dificultades para publicar, Don Vicente, junto con su amigo Ramón, funda la editorial Sempere. Para publicar sus obras y las de otros autores que estuvieran en sintonía estilística e ideológica con él.

Años más tarde, funda el Partido de Unión Republicana Autonomista. Un partido virado a la izquierda que abogaba por la instauración de una república federal como un instrumento para impulsar el desarrollo social y económico. Para obtener un puesto de diputado en las cortes valencianas, recorrió decenas de pueblos de Valencia en ferrocarril, impartiendo mítines en las plazas, que anunciaba previamente desde su periódico.

Su aventura política hizo que se ganara un reputado prestigio como orador y conferenciante. Fue así, como los organizadores de eventos culturales empezaron a llamarlo para que interviniera en sus actos. Primero lo hizo en Madrid y después recorrió medio mundo.

Tras una conferencia que impartió en Buenos Aires, Blasco Ibáñez fue invitado a conocer la Pampa Argentina. Se ilusionó tanto con aquella tierra que compró grandes extensiones de terreno con la idea de plantar naranjas valencianas en ellas y venderlas por toda América. Para tal empresa, pretendía traer consigo agricultores valencianos que pusieran en marcha el proyecto.

Su idea de negocio fue un fracaso y Blasco Ibáñez quedó completamente arruinado. En aquel momento estalla la Primera Guerra Mundial. Para sanear sus finanzas se le ocurre montar una agencia de noticias que cubriera la contienda y que vendiera artículos a periódicos de todo el mundo, gracias a los contactos que había cosechado con sus conferencias. La agencia de noticias lo arruinó más todavía.

Se encierra en ese momento en su casa, dispuesto a escribir un libro destinado a convertirse en best seller internacional que le permitiera salir del atolladero. Escribe “Los siete jinetes del apocalipsis.” Un alegato contra la guerra. Traducida a varios idiomas, la novela no consigue posicionarse en Europa, pero se convierte en el libro más vendido en Estados Unidos en 1919. Hollywood le hace una oferta tentadora para adaptarlo al cine y convertirlo en una película protagonizada por Rodolfo Valentino, el galán del momento.

Durante cuatro años, el escritor se dedica a redactar guiones para Hollywood que le reportan cuantiosos beneficios. Dinero que le permitirá poner en marcha uno de sus últimos proyectos. Dar la vuelta al mundo en un crucero y documentarla en un libro: “La vuelta al mundo de un novelista”. Un libro de viajes que pasa sin pena ni gloria en España y Europa, pero que vuelve a ser superventas en el mercado norteamericano.

La Albufera.

La Albufera Valenciana es el escenario de una de las novelas más famosas de Blasco Ibáñez: “Cañas y barro.” La historia de la saga de “Los palomas”. Un patriarca, el tío Paloma, que era el clásico pescador y cazador de la Albufera, que desde su barca se dedicaba a recorrer la laguna cazando patos y pescando anguilas con las que daba de comer a su familia. Se trataba de una economía de subsistencia.

Su hijo, Tono, decide no seguir sus pasos. Se convierte en agricultor. Cubre con sacos de tierra parcelas de la Albufera donde después plantará arroz. La idea era salir de la miseria en la que siempre había vivido; sin embargo, sus acciones no serán sencillas. Le llevarán a emprender un titánico esfuerzo en el que dejará personas por el camino y se ganará el rechazo de su padre.

El lado más festivo de los valencianos queda reflejado en Tonet, el hijo de Tono y nieto del tío Paloma, el cual, desde que llega de la guerra de Cuba, no quiere trabajar. Solo desea pasárselo bien en la taberna, y mantener una relación adultera con la mujer del tabernero. Sus acciones irresponsables estarán a punto de echar por tierra todo el esfuerzo familiar.

La novela de Blasco Ibáñez refleja el proceso de transformación que sufre la Albufera valenciana a finales del siglo XIX. Así como la irrupción de los arrozales, los cuales se convertirán en un foco de desarrollo económico para la comarca y la provincia.

Los escenarios de “Cañas y barro” aún se pueden visitar desde el agua. Así nos lo cuentan los barqueros de «El Bessó», una empresa de El Palmar que organiza visitas guiadas a la Albufera a bordo de sus albuferens. El mismo tipo de barco que utilizaban los protagonistas de la novela.

La huerta.

“La Barraca” es otra de las novelas emblemáticas de Vicente Blasco Ibáñez. En ella se describen las duras condiciones de vida que tenían los campesinos valencianos a finales del siglo XIX.

La barraca es, de hecho, un tipo de construcción típica de Valencia que construían los agricultores y los pescadores con los materiales que tenían a su alcance: barro, cantos rodados, cal viva y cañizo seco. La casa tenía una planta cuadrada y dos alturas. La planta baja era donde dormía y comía la familia, con apenas dos o tres dependencias, sin puertas interiores que las cerraran, tan solo una cortina. La planta alta era un desván donde se guardaban los aperos para trabajar.

En la novela de Blasco Ibáñez se cuenta como un agricultor, el tío Barret, cae enfermo y no puede cultivar la tierra. Como consecuencia de ello, el propietario de la misma, Don Salvador, le expulsa de su barraca, ya que no puede pagar el alquiler.

Los vecinos del lugar se conjuran para que nunca nadie pueda cultivar el terreno ni habitar la barraca. Intentando, de esta manera, hacer justicia con el tío Barret, que había sido desahuciado.

Batiste, un campesino pobre, llega al lugar con su familia y negocia el alquiler de las tierras que antes ocupaba el tío Barret. Una acción que avivará acaloradas disputas en el lugar que se zanjarán con un final dramático.

El blog Albufera Info cuenta que todavía podemos encontrar barracas en pie, sobre todo en El Palmar y en la huerta de Alboraia, aunque no exclusivamente.

 

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